El 65% de los adornos navideños de todo el mundo, desde el espumillón a los trajes de Santa Claus, se fabrican en los 650 talleres de la ciudad china de Yiwu.
Bastan cuatro pasos por cualquiera de las horribles calles de Yiwu para certificar que solo existe una razón para visitar esta ciudad de la provincia china de Zhejiang: comprar al por mayor. La única atracción de este bodrio de cemento, situado a unos 300 kilómetros al sur de Shanghái, es el Mercado Internacional del Comercio, un gigantesco edificio de cuatro millones de metros cuadrados dividido en cinco áreas. Dentro, 62.000 establecimientos, siempre de 2,5 metros por 2,5 metros, se encargan de vender todo lo que se produce en la hiperindustrializada costa este del gigante asiático. Hay cualquier cosa que uno pueda imaginar: desde bolígrafos hasta ropa interior, pasando por juguetes, productos electrónicos y flores artificiales. Pero, sobre todo, llaman la atención los miles de puestos dedicados a la Navidad en el área número uno.
El mayor mercado
Descomunal. El mercado ocupa un edificio de cuatro millones de metros cuadrados donde se dan cita 200.000 personas a diario, entre compradores y vendedores. Sus 62.000 tiendas están abiertas los 365 días del año, y solo durante el Año Nuevo chino cierran antes de las cinco de la tarde.
Sueldos. Los trabajadores de las fábricas que abastecen el mercado cobran entre 120 y 360 euros al mes por jornadas de doce horas o más.
Aquí el espumillón se compra por metros cúbicos y los árboles de Navidad de plástico hay que encargarlos por contenedores de barco. No falta ni una sola prenda para vestir a Santa Claus de pies a cabeza, y abruman los adornos para abetos y los espráis de nieve artificial. Están hasta las figuras del Nacimiento. No en vano, en las 650 fábricas de los alrededores se fabrica casi el 65% de todos los artículos navideños que se venden en el mundo. «Aquí vienen a comprar todos: desde africanos, hasta nórdicos. Tenemos artículos para todos los mercados, en casi todos los idiomas», asegura un vendedor apellidado Li. Él está especializado en los típicos gorros rojos tocados con un pompón blanco, pero en la trastienda guarda trajes para disfrutar de la Navidad de una forma muy diferente: «Los de Papá Noel 'sadomaso' se venden muy bien», asegura con una sonrisa macarra.
Alrededor de 40.000 visitantes recorren cada día el laberinto de pasillos infinitos del Mercado en busca de gangas para exportar. Unos 5.000 son extranjeros. El regateo se hace a voz en grito y sin compasión. La calculadora cambia de manos, los gestos se exageran, y los compradores hacen como si se marcharan indignados para que el comerciante les llame a voz en grito. Lo único que importa es el precio. «La calidad es secundaria, y nadie pregunta por cómo ha sido fabricado el producto», reconoce Li. Sin duda, quienes viajan a Yiwu saben que las condiciones en las que se lleva a cabo el trabajo no son especialmente festivas: la mayoría de los empleados son emigrantes rurales que buscan un futuro mejor en las fábricas del este de China, donde son especialmente vulnerables a todo tipo de explotación.
Ejército de costureras
Más aún ahora que la apreciación de la divisa china, el yuan, y el aumento de los costos laborales han restado competitividad a las fábricas chinas, que ven cómo muchos de sus clientes prefieren buscar nuevos paraísos del 'todo a cien' en países como Vietnam, Camboya, India o Bangladesh. Así, como publicó el diario británico ‘The Guardian’ el pasado viernes, la mayoría de los trabajadores cobra entre 120 y 360 euros al mes por jornadas de 12 horas que se pueden extender todavía más si hay pedidos urgentes. Además, en muchas de las fábricas no se utilizan medidas de protección suficientes contra los productos nocivos, como pinturas y disolventes, que se utilizan en la producción.
Y, por si fuese poco, muchos de los que dan forma a los objetos que ahora acaparan la atención en los salones de las viviendas occidentales ni siquiera saben qué es la Navidad. «Imagino que es algo así como el Año Nuevo chino para los extranjeros», comenta Wei, un joven de 19 años, al portal de noticias chino Sina. Junto a su padre, es capaz de producir unas 5.000 figuritas navideñas de plástico al día, pero no cree que el año que viene vaya a continuar con este trabajo cansado y peligroso. Aunque padre e hijo llegan a utilizar hasta diez mascarillas quirúrgicas al día, la pintura roja que flota en el aire termina en sus pulmones. «Cuando tengamos suficiente dinero regresaremos a casa», avanza el joven, procedente de la provincia más pobre de China, Guizhou.
No muy lejos de allí, un ejército de costureras también trabaja con el rojo, pero esta vez sobre tela. Preparan trajes de Santa Claus para que los más pequeños se disfracen y disfruten. Ellas, sin embargo, viven un infierno. Después de trabajar diez horas diarias, seis días a la semana, con el constante repiqueteo de treinta máquinas de coser golpeando sus tímpanos, si tienen suerte cobrarán unos 1.500 yuanes (200 euros) al mes. Y aseguran que el jefe se niega a pagarles las horas extra. «Dice que tenemos que ser más productivas, y que si no acabamos a tiempo es porque somos demasiado lentas», denuncia una. «Además, todos nos cuentan la cantinela de la crisis y de cómo cada vez viene menos gente a comprar. ¡Pero ellos no renuncian a sus cochazos!».
Foto: Los trabajadores que colorean las figuras de Navidad terminan con la pintura roja en sus pulmones. / Reuters
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