Autor: Juan Bosco Martín Algarra
Ni son los primeros muertos ni por desgracia, serán los últimos. Lo sabemos perfectamente. Sentimos lástima por la suerte de los muertos de Lampedusa. Pero, ¿estamos realmente dispuestos a evitar que eso suceda de nuevo? ¿Qué nos dirían, si pudieran hablarnos? Seguramente nos harían preguntas políticamente incorrectas como estas que vienen a continuación.
Vaya por delante mi convencimiento de que el bienestar de los seres humano está por encima de las fronteras. Y que el confort que los gobiernos nacionales deben procurar para sus conciudadanos no puede excluir la solidaridad con los extranjeros de países en dificultades. Pero este principio, tan fácil de expresar como de comprender, comporta unos riesgos inmensos.
¿Estamos dispuestos a asumir que los flujos migratorios no van a detenerse jamás mientras existan países prósperos junto a otros que no lo son?
¿Estamos dispuestos, como contribuyentes, a sumar nuevos recursos materiales para acoger dignamente a estas personas? Esto significa, por poner sólo unos pocos ejemplos, más lanchas patrulleras, más personal de vigilancia fronteriza, más albergues, más personal sanitario y de primeros auxilios…
Si contestamos afirmativamente la pregunta anterior, ¿estamos dispuestos a tolerar el consecuente aumento de la inmigración, y de los problemas que ello acarrea?
O lo que es lo mismo, por concretar un poco más: ¿estamos dispuestos a que cada vez más inmigrantes nos precedan en la lista de espera de los servicios sanitarios que nosotros también necesitamos (y pagamos)? "¡Eso ya ocurre!", dirán algunos. Sí, ¿y estamos dipuestos a que siga sucediendo así, incluso cada vez más? Digan lo que digan, la sanidad universal y gratuita tiene un precio que hay que estar dispuesto a pagar.
¿Estamos dispuestos, mientras transcurren los años de adaptación, a tolerar la posibilidad de quedarnos sin plaza para nuestros hijos en los colegio cercanos a nuestros barrios, porque está ocupada por niños inmigrantes? Como es lógico, ellos también deben ser escolarizados.
¿Estamos dispuestos a impedir la aprobación de leyes anti-inmigración, como ocurre en Italia, que pretende convertir a los médicos con cómplices si no denuncian a un inmigrante ilegal?
¿Estamos dispuestos a socializar con los inmigrantes, a establecer lazos de amistad, e incluso algo más? El amor no entiende de fronteras, dice el refrán.
¿Estamos dispuesto a que nos aumenten los impuestos para facilitar la integración social de estas personas?
¿Estamos dispuesto a aumentar nuestra colaboración desarrollo de los países de origen de los inmigrantes?
¿Estamos dispuesto a respetar sus costumbres, aunque algunas de ellas nos puedan resultar incómodas?
¿Estamos dispuestos incluso a valorar y proteger todo lo bueno y bello de su tradición cultural?
¿Estamos dispuestos a sufrir las consecuencias de la lucha contra aquella minoría que no quiera integrarse, que la habrá, y se niegue a respetar las leyes y la ética imperante en nuestro país?
¿Estamos dispuestos a exigir a nuestro gobierno que presione diplomáticamente a los estados en vías de desarrollo para que, por encima de cualquier otro objetivo, procuren el bienestar de su gente?
¿Estamos dispuestos a renunciar al acceso de materias primas que ellos nos proveen en condiciones económicamente favorables, como coltan para nuestros móviles, gas para nuestras calefacciones o petróleo para nuestros coches?
¿Estamos dispuesto a dejar de comprar en empresas de nuestro país que explotan a los trabajadores de esas naciones? Basta leer esta entrevista sobre las condiciones de trabajo en Bangladesh para tomar conciencia de cómo está el patio y de que ciertas responsabilidades no quedan muy lejos de nuestro entorno…
¿Estamos dispuestos a castigar a cualquier empresa española que se valga del soborno o cualquier tipo de corrupción para obtener ventajas operativas en países pobres?
Etc, etc, etc… hay muchas preguntas más que podríamos hacernos.
Que quede claro: el drama de la inmigración no termina con exclamaciones de sorpresa, gritos de horror o llantos de amargura. Los comprensibles "¡nunca más!", "¡qué vergüenza!", "¡indignante!" apenas resisten un par de días en las portadas de los periódicos. Y luego la vida sigue. Como antes…
Hay que dar un paso más. No es fácil. Pero sí urgente y necesario. Porque este problema no se resuelve obviándolo. Más bien, se agrava. Mientras escribo estas líneas, he escuchado a un compañero de la redacción comentando que el viernes rescataron en la costa de Granada a diez inmigrantes magrebíes. Viajaban en una balsa de juguete, de esas que usamos en las playas con nuestros hijos.
Sólo una reflexión final. Estamos tristes y escandalizados por los cientos de muertos de Lampedusa. Es lógico. Pero, ¿nos hacemos una idea de los miles que desaparecen engullidos por el mar, sin que hayamos tenido ni siquiera noticia de su tragedia?
Seguir a @martinalgarra
Otros artículos del blog treintaymuchos