Alrededor de 175 millones de personas, casi el 3% de la población mundial, reside fuera de su país natal. De agruparse todos en el mismo territorio, constituirían el quinto país más poblado del mundo.
El problema de la corriente migratoria mundial es un fenómeno que, en plena crisis sistémica, se ha agudizado. La búsqueda de mejores condiciones de vida, las secuelas del cambio climático, los altos índices de desempleo o correr detrás de la zanahoria ofertada por la sociedad de consumo son los factores principales para que familias enteras resulten cruelmente separadas, para que miles pasen a ser un número estadístico que aporte a la cantidad de personas que, en su intento por traspasar una frontera, pierdan su vida y para que la permanencia ilegal favorezca la represión y el acoso.
Por estos días los principales medios del mundo han fijado su atención en la Ley de Arizona que se encuentra en pleno debate político y por la que se permitiría a la policía de los Estados Unidos detener y castigar a un ciudadano sólo por el hecho de no tener documentación, es decir, por entrar en la categoría de inmigrante ilegal. También el conflicto entre España y Marruecos, que ha puesto en jaque a la policía fronteriza de la ciudad de Melilla, a la que se la acusa de racista, y la posibilidad de llevar el conflicto a Ceuta (Melilla y Ceuta son las principales ciudades por las que los marroquíes ingresan a territorio español), ponen la centralidad y el ojo en los miles y miles de personas que recorren el mundo en post de un mejor bienestar.
En efecto, alrededor de 175 millones de personas, casi el 3% de la población mundial, reside actualmente fuera de su país natal. De agruparse todos en el mismo territorio, constituirían el quinto país más poblado del mundo.
A diferencia del pintor catalán Salvador Dalí, que encontró en la estación ferroviaria de Perpiñán el centro del Universo, los inmigrantes giran alrededor del mundo como la tierra alrededor del sol. “La estación es el lugar de todas mis alucinaciones. Allí veo todo de nuevo claro. Y he descubierto el porqué: dentro de la deriva de los continentes, la estación es un momento telúrico de permanencia. Para mí es como un exorcismo”, dicen que el artista declaró alguna vez en París, al finalizar su monumental obra en la que plasmó esta sensación, en el año 1965.
Si bien la historia de la humanidad y el desarrollo de las sociedades siempre estuvieron ligados a los desplazamientos migratorios, hoy en día esos desplazamientos son un claro signo de la globalización y de la cada vez más acentuada brecha entre pobres y ricos.
Es así que en el término de 30 años, el número de inmigrantes se ha más que duplicado. Y aunque el poder económico, los gobiernos y los medios de comunicación se empeñen en presentar el tema como un atentado a las libertades individuales, la realidad es que los casi 300 millones de hombres y mujeres sin empleo en el mundo escapan de un futuro sin dignidad y de un presente que los denigra en su condición de ser humano.
Todo parte de un sistema depredador y de los croupiers que mal reparten las barajas de la economía mundial. No es casual entonces que una de cada diez personas que vive en las regiones desarrolladas sea inmigrante, mientras que en los países considerados en vías de desarrollo sólo hay un inmigrante cada 70 personas.
La complejidad de la crisis, la carencia de alimentos y de agua potable, la expropiación de los recursos naturales y la falta de empleo, son factores que han promovido un cambio en quien encara la búsqueda de nuevos y mejores horizontes. Según la Organización de Estados Iberoamericanos, en el 2005 las mujeres migrantes representaban el 49,6% de todos los migrantes del mundo.
Tradicionalmente el motivo que llevaba a la mujer a emigrar tenía que ver con la posibilidad de reunirse con su familia.
A este número hay que sumarle los que ingresan ilegalmente y los que mueren intentando cruzarla. El temor a que los países con mayor opulencia se llenen de indios, pobres, negros o mulatos confluye en la más cruenta de las definiciones: en el mundo globalizado, el capital y los bienes pueden circular libremente, no así las personas. Detenciones en condiciones insalubres, levantamiento de muros, inversión en instalación de vallas, armado de patrullas fronterizas y de fuerzas policiales son algunos de los instrumentos que se ponen en juego para impedir el ingreso de los “desarrapados” al mundo de los ricos.
Señala el periodista español Pascual Serrano en su libro Desinformación al referirse al tratamiento de los medios de las noticias sobre emigración: “Podemos encontrar el titular ‘La Armada recibe grandes elogios por su labor de control de los flujos emigratorios’. Olvidan que gracias a ese control al menos 2000 africanos se ahogaron en el año 2006 intentando llegar a las costas canarias sin ser descubiertos (…) si no les prohibieran venir ni existieran esa patrulleras, no habría que rescatarlos de ningún peligro”.
Familias enteras o partidas, mujeres solas y hombres solos vagan por el planeta en su deseo de encontrar su propia estación de Perpiñán. Tal vez, como a Dalí, en la deriva por los continentes, hombres y mujeres encuentren esa estación que resulte su momento telúrico de permanencia.
Por Beatriz Chisleanschi
Periodista.